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Wednesday 28 de April de 2004, 00:00:00
Sierra de Gredos
Tipo de Entrada: RELATO

Pequeño Relato de como descubri y luego conoci el Impresionante Circo de Gredos


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I

Escuché como Lou Reed acababa otro de sus paseos por el lado salvaje y me volví hacia el asiento del copiloto. Ramón dormitaba, vencido ya por el sopor después de una hora de viaje, y no quise despertarlo. Alargué mi brazo hacia la guantera, en busca de otra cinta que sustituyera a la que acababa de terminarse, y en ese momento las ví.

Hacía rato que la nacional V se había convertido en una recta interminable, que avanzaba por el monótono campo manchego sin ofrecer nada interesante a la vista. Sin nada con que entretenerme, había centrado mi atención en la música de Lou y me había olvidado por completo del paisaje. Sin embargo, cuando me giré y miré a través de la ventana del copiloto, aparecieron ante mis ojos, majestuosas en su lejanía, increíblemente bellas.

Sobresaltado llamé a Otxoa, que también dormitaba en el asiento de atrás:

- ¡Asier!
- ¿Qué pasa, Güerflas?- me respondió con un bostezo.
- Joder, Lobo, ¿has visto esas montañas?
- Espera... Ah, sí.. ¿Qué pasa?
- Me pregunto que montañas serán...
- Seguramente sea la sierra de Gredos, queda más o menos al norte de la carretera.
- Joder, son preciosas.
- Sí, yo estuve el año pasado por allí. ¿No has estado en Gredos?
- No...

Me sumergí en mis pensamientos, dejando que el lobo volviera a su letargo.
Volví a mirar a la derecha. Allí estaban, lejanas, aparentemente inalcanzables. Desafiantes en su belleza, teñidas de un tenue color azul que contrastaba con el azul brillante y sin mácula del cielo.

Noté como crecía en mi interior esa vieja sensación que tan bien conocía. Desde que yo recordaba, cuando salía de viaje con mis padres, siempre me había sentido atraído por las montañas que veía en el camino. Al principio admiraba su belleza, su majestuosidad. Las admiraba como quien contempla
las estrellas desde la tierra, impresionado por su belleza y triste por saberlas inalcanzables, pero a la vez consciente de que esa misma inaccesibilidad las hace aún más bellas.

Siempre me preguntaba que habría al otro lado. Misteriosos valles, ríos de plata serpenteando entre frondosos bosques, la inmensidad del mar... Mi imaginación corría libre y siempre soñaba con bellos paisajes, maravillosas tierras desconocidas, más allá de las montañas...

Y entonces nacía y crecía en mi el deseo de alcanzarlas. De coronar sus cimas, de llegar a lo más alto. Y una vez allí, tocar el cielo con las manos y después volver la mirada a la tierra y ver el mundo desde allá arriba, lejos, muy lejos, y admirar las maravillas que las montañas reservaban a quienes soñaban con contemplarlas...

Demasiado joven aún para poder realizar ascensiones difíciles, mi deseo quedaba insatisfecho y debía contentarme con escuchar los relatos de quienes habían pisado sus cimas. Mi padre y mi hermano mayor eran para mí héroes, envidiados y admirados a un tiempo, porque habían ascendido al Monte Perdido, habían atravesado la Brecha de Rolando y habían contemplado maravillas para mí inalcanzables: cascadas heladas, precipios sin fondo, misteriosos lagos de montaña... Yo les escuchaba y en mi interior soñaba con ser un día mayor y poder subir, subir y ver, descubrir, contemplar, descansar, descansar y admirar como el guerrero cansado de la batalla contempla las tierras recién conquistadas...

Desperté de nuevo a Otxoa, impaciente por saber más de aquellas montañas.
- Lobo, cuéntame, ¿qué tal está Gredos?

Y Otxoa empezó a contarme, a hablarme de las maravillas de aquellas montañas, mientras yo escuchaba pensativo y continuábamos nuestro camino hacia Cáceres. Y cuando acabó, en mi interior quedó el deseo, la ardiente necesidad, de subir, de alcanzar, de coronar el Pico Almanzor, y una vez arriba, contemplar el mundo a mis pies...

II

- Íñi, será mejor que dejemos la mochila aquí. Estamos en la cumbre un rato y luego bajamos a jalar aquí, que está más resguardado. Además así nos resultará más fácil trepar.

Esperé a Jagoba, que subía tras de mí a pocos pasos, y miré hacia abajo. Llevábamos cerca de tres cuartos de hora de ascensión, y el refugio junto al lago de montaña hacía rato que había desaparecido de nuestra vista. Contemplé un jirón de niebla que resistía aparentemente invencible entre dos peñas, esperando a que el sol, tímido pero inexorable, acabara por alcanzarlo.

Había amanecido un día lluvioso, desapacible, y habíamos tenido que pasar un par de horas en el refugio esperando a que levantara, dudando si nos sería posible coronar el Almanzor ese día. Afortunadamente las nubes atrapadas en el Circo de Gredos habían comenzado a desaparecer, empujadas por el viento que había empezado a soplar a media mañana, y nos habíamos puesto en marcha, atravesando los últimos bancos de niebla en dirección a las cumbres.

Hacía rato que el Almanzor se nos ofrecía en todo su esplendor. Oculto por la bruma en un principio, se había ido mostrando poco a poco, confundido con el resto de las cumbres, hasta que finalmente pudimos distinguir su inconfundible perfil. A medida que el pico se iba haciendo más visible, nuestro deseo por alcanzarlo crecía, dándonos fuerzas para trepar por la
roca despreocupándonos por las piedras sueltas que caían hacia abajo.

Era ya nuestro segundo intento de encontrar un paso a través de las peñas que coronaban el Circo. Confundidos por la niebla, habíamos trepado por una
canal que finalizaba en una pared rocosa inescalable, y después de deshacer el camino andado resbalando por la pedriza, habíamos enfilado la canal adecuada y acabámos de coronar la divisoria. Un recoveco en la roca ofrecía un abrigo seguro para la mochila, y sería un lugar inmejorable para reponer fuerzas antes de descender, ya que el mismo viento que había comenzado a alejar las nubes todavía soplaba con fuerza.

- Está bien, ya nos queda poco, ¿no?
- Sí, ahora habrá que trepar un poco más, pero no nos queda más de media hora.

Continuamos la marcha, ansiosos por alcanzar la cumbre. El camino hacía un rodeo, evitando atacar el pico que se nos ofrecía inexpugnable por esa vertiente, y se perdía más allá, con la promesa de llevarnos a una cara más accesible. Avanzamos rápidamente, paladeando ya la corta pero relativamente
peligrosa escalada que nos llevaría a la cima.

Finalmente llegamos al punto en el que el camino desaparecía para convertirse en una serpenteante línea que, desapareciendo en ocasiones, ascendía a través de las rocas.

- Ya casi estamos.
- Hemos tenido suerte, pensé que el viento nos haría darnos la vuelta.
- Todavía sigue soplando, habrá que subir con cuidado.
- Si las pasas putas ya sabes, echa el culo al suelo.- Me sonrió mi hermano.
- Tranquilo, que ya sé lo que es abrazar a la roca como si fuera una chati.

Impacientes, empezamos a trepar, perdiendo pie a veces, otras resbalando, pero avanzando poco a poco hacia la cima. En algunos tramos la roca permanecía mojada, eliminando la adherencia del granito y haciendo la escalada mucho más peligrosa, pero afortunadamente solo tuvimos un par de sustos, que dejaron como único recuerdo algún desgarron en la piel, herida por la rugosidad de la roca.

Y finalmente, ante nuestros ojos, apareció la cima del Almanzor: una enorme roca, en curioso pero firme equilibrio, constituía la última dificultad. La contemplé brevemente, buscando por dónde atacarla, y me aferré a ella, comenzando a ascender con un último esfuerzo de mis brazos. Puse el pie arriba, y me incorporé, temeroso de la fuerza del viento.

Entonces miré abajo. Y vi la sonrisa de mi hermano, que llegó a la cima tras de mi. Y vi la increíble belleza del Circo de Gredos, con su lago de oscuro azul llenando el espacio que en otros tiempos ocupara el glaciar. Y vi, más allá, el mundo, que se extendía a mis pies en interminables llanuras, atravesadas por serpenteantes ríos de plata...

Y pensé que, desde allí abajo, alguien miraba a las montañas, y, soñador, se preguntaba como se vería el mundo desdé allí arriba...


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